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Como no pudieron pasar entre la multitud para llegar a Jesús, subieron a la azotea, hicieron una abertura en el techo, exactamente encima de donde estaba Jesús, y entre los cuatro bajaron la camilla en la que yacía el paralítico.

Cuando Jesús vio la fe de ellos, le dijo al paralítico:

―Hijo, tus pecados quedan perdonados.

Algunos maestros de la ley que estaban allí sentados pensaron:

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